EL COLAPSO DE UN EDIFICIO Y EL DERRUMBE DE UN SISTEMA:

REFLEXIONES SOBRE LA CORRUPCIÓN Y LA IRRESPONSABILIDAD

El reciente colapso de un edificio en Paraguay ha desatado una ola de indignación y reflexión, no solo por la tragedia en sí, sino por lo que revela acerca de un sistema corroído por la irresponsabilidad y la falta de control. Las palabras de Eduardo Florentin, cargadas de frustración y análisis, pintan un cuadro sombrío pero revelador: no se trata solo de un accidente estructural, sino del desplome de un esquema de corrupción profundamente arraigado.

Florentin describe una situación absurda y reveladora: «Tenía que después en el sexto atravesar todo el edificio para volver a tomar la escalera de emergencia, absolutamente burdo e irresponsable». Este detalle, que podría parecer menor, es un síntoma de una planificación deficiente y de una ejecución que ignora las normas más básicas de seguridad. Pero el problema no termina ahí. Según él, la verdadera raíz de la tragedia está en la decisión de haber permitido la ampliación de un edificio que, desde el inicio, incumplía regulaciones esenciales. «Me dijo un amigo: aquí no se derrumbó un edificio, aquí se derrumbó un esquema, un mecanismo de corrupción», afirma, señalando directamente a un sistema que permite a los constructores actuar con impunidad mientras las autoridades hacen la vista gorda.

La responsabilidad, insiste Florentin, recae en gran medida sobre la municipalidad, el órgano encargado de supervisar y hacer cumplir las ordenanzas de obra. Aunque algunos argumentan que estas normas están desactualizadas, son las únicas vigentes, y su aplicación estricta podría haber evitado el desastre. «Este edificio primero no debería haber sido construido por no tener la cantidad de estacionamiento requerida y segundo no debería haber sido alegremente blanqueado las irregularidades de los tres pisos construidos», explica. La municipalidad tenía las herramientas para intervenir: el ejecutivo podía suspender la obra y exigir al constructor retroceder al plano original. Sin embargo, no lo hizo. ¿Por qué? Florentin deja la pregunta en el aire, pero la implicación es clara: hay intereses ocultos que priman sobre la seguridad y el bienestar de la población.

El colapso ocurrió en un momento que, por fortuna, evitó una pérdida aún mayor de vidas. «Dios nos guarda si eso ocurriría 8 a 10 horas después», reflexiona, subrayando la magnitud potencial de la tragedia. Paraguay, y en particular su capital, se promociona como una vidriera turística, un destino emergente en Sudamérica con una creciente presencia de edificios de altura. Sin embargo, este incidente pone en duda la capacidad del país para sostener esa imagen. «Somos la vidriera de Paraguay, vamos a ser la vidriera de Sudamérica», dice Florentin con un dejo de ironía, pues los dictámenes posteriores al colapso evidencian una «irresponsabilidad en el tratamiento de los permisos que se otorgan».

Pero en medio de la lamentación por las pérdidas materiales y el peligro evitado, Florentin encuentra un atisbo de esperanza: «Lamento el desplome, el colapso del edificio, pero ojalá que también sea el desplome de todo el esquema de corrupción imperante». Este deseo resuena como un llamado a la acción. La tragedia, aunque dolorosa, podría ser el catalizador para desmantelar un sistema que favorece a unos pocos a la costa de la seguridad de todos.

En conclusión, lo que ocurrió trasciende el derrumbe de cemento y acero. Es un recordatorio de que la corrupción y la negligencia tienen consecuencias tangibles, y de que las instituciones encargadas de proteger a la ciudadanía no pueden seguir evadiendo su responsabilidad. Si algo positivo puede surgir de esta desgracia, es la oportunidad de reconstruir no solo un edificio, sino un sistema entero, basado en la transparencia, el cumplimiento de la ley y el respeto por la vida humana.