El 16 de agosto se conmemora en el Paraguay el Día del Niño en homenaje al combate de Acosta Ñú. Ese día de 1869, en las últimas acciones de la guerra contra la Triple Alianza (la Guerra del Paraguay), miles de criaturas, disfrazadas de soldados, fueron asesinadas por el ejército brasileño. Un drama que quedó marcado a fuego en la historia de este país.
Hoy el lugar de la tragedia es un descampado con una vieja cruz de madera y ninguna señalización. Aunque todos saben lo que allí ocurrió, porque hasta algunos años atrás había procesiones que terminaban en ese sitio, que todos conocen como Kurusu Dolores. Es cerca de un camino secundario que lleva a Caraguatay, una de las ciudades más antiguas del Paraguay, a dos horas de auto desde Asunción.
El conflicto había estallado en 1863 cuando los liberales liderados por el general Venancio Flores derrocaron al gobierno blanco uruguayo, aliado del Paraguay, quien intervino en su defensa y le declaró la guerra al Brasil, quien había invadido el Uruguay. Cuando Argentina le impidió al Paraguay el paso de sus tropas por Corrientes, el país vecino, al mando del mariscal Francisco Solano López también nos declaró la guerra. Fue un intríngulis perfectamente planeado, a tal punto de que antes del inicio de las hostilidades, Argentina, Brasil y Uruguay se habían puesto de acuerdo sobre qué hacer con el Paraguay cuando triunfasen. El optimismo reinante se resume en una frase del general Bartolomé Mitre: “En 24 horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en Asunción”. Le erraría fiero: la guerra duró cinco años y fue un verdadero baño de sangre.
El jefe de Estado paraguayo estaba en Cerro León, a un día de marcha de la capital. A duras penas reunió a sus últimas fuerzas: 14 mil hombres, que en realidad eran ancianos y niños, muchos de ellos acompañados por sus propias madres, que ayudaban en el acarreo de cañones, municiones y enseres.
A sus espaldas su propio círculo más cercano conspiraba para evitar ir hacia una muerte segura. Su madre Juana Carrillo, sus hermanas, sus cuñados, el obispo, sus ministros. Hizo fusilar a todos y antes los hizo torturar para que confesasen. Se salvó su madre, sus hermanas Inocencia y Rafaela y un hermano Venancio. También mandó a matar a generales que no querían otra cosa que terminar con esta resistencia inútil. Hasta mandó ajusticiar a su jefe de escolta solo por no haberse enterado de la conspiración. Para ahorrar en pólvora, las ejecuciones se hicieron a lanza.
Cada día, López se quedaba con menos hombres, no tanto por los combates, como por la falta de comida y de medicinas. Porque sus hombres eran diezmados de a miles por las epidemias y por la diarrea.
El 20 de febrero de 1869 Pedro II el emperador de Brasil, nombró a Luís Filipe Maria Fernando Gastão de Orléans, conde d’Eu, esposo de Isabel de Braganza, como nuevo comandante, con el mandato de que terminase la guerra cuanto antes. Luego del desastre de Curupaytí, las acciones se habían detenido y el general Bartolomé Mitre había dejado el mando del ejército aliado y en febrero de 1867 regresó a Buenos Aires.
El 1 de agosto el numeroso ejército puso en marcha el plan que estableció la junta de guerra. El mariscal Osorio, con la tercera división de infantería y la tercera de caballería más el segundo regimiento de artillería, recibió la orden de avanzar sobre Valenzuela, para luego caer sobre Peribebuy, donde debía encontrarse con las fuerzas del conde d’Eu.
En su huida el mariscal López, cuando perdió Asunción, había declarado a Peribebuy capital del Paraguay. Allí estableció su gobierno, sus ministerios, la justicia e hizo trasladar el tesoro y el archivo. Hasta allí se dirigió el embajador norteamericano, el general Martin Mac Mahon, un héroe de la Guerra de Secesión que se caracterizó por la defensa del Paraguay y que denunció los abusos cometidos por los aliados. Cuando ya todo había terminado, recordó en diversos ensayos que publicó en Harper’s New Monthly Magazine en 1870, a “niños tiernos que llegaban arrastrándose, las piernas desechas o con horribles heridas de balas en sus cuerpos semidesnudos. No lloraban ni gemían ni imploraban auxilios médicos. Cuando sentían el contacto de la mano misericordiosa de la muerte, se echaban al suelo para morir en silencio como habían sufrido”.
Mac Mahon había abrazado la causa paraguaya, lo que le llevó a escribir: “Muchos de esos niños tenían madres que no se hallaban lejos en las cuadras de las mujeres donde las balas y las bombas de los civilizadores aliados caían a granel, que no pensaban en sus hijos moribundos, ni en sus hogares ha mucho tiempo abandonados, ni en sus maridos que tal vez se hallaban agonizantes en esos momentos sino en la causa del país en su supremo momento de batalla…”.
El 12 de agosto los brasileños se apoderaron de este punto, defendido por 1.500 hombres y 15 cañones. Como los defensores no disponían de municiones, cargaron los cañones con piedras, cocos, vidrios y con cualquier objeto contundente que tuvieron a mano. El conde d’Eu, enfurecido por la muerte de uno de sus generales, Juan Manuel Mena Barreto, dio la peor orden, la de arrasar con todo y no perdonar vidas.
Vitorino José Carneiro Monteiro, un militar de 54 años ascendido a brigadier durante la guerra, ayudante del conde d’Eu, hizo quemar una enorme casa de techo de paja donde funcionaba el hospital de sangre paraguayo con los heridos, médicos y enfermeras dentro. Mandó a armar un cerco de ramas y arbustos secos alrededor del mismo, y lo prendió fuego. Los que podían movilizarse intentaron escapar pero fueron frenados a punta de bayoneta. También mandó ejecutar al coronel paraguayo Pedro Pablo Caballero e hizo fusilar prisioneros.
El lunes 16 de agosto ambos ejércitos se enfrentaron en Acosta Ñú, un punto a unos setenta kilómetros de Asunción. La ciudad más cercana es en la actualidad Eusebio Ayala. Su nombre refiere a Juan Blas de Acosta Freyre, un lusitano que vivió en la zona por los tiempos de la colonia.
López mandó a marcarles bigotes y patillas a los niños con el tizne de los fogones y se improvisaron barbas postizas. Tenían entre 10 y 15 años y fueron disfrazados para confundir al enemigo. Esa mañana los alimentaron con coco y maíz tostado.
En las improvisadas trincheras, los paraguayos, mal armados y alimentados, resistieron seis horas el embate de las fuerzas brasileñas.
En su libro Recuerdos de la guerra del Paraguay, José Ignacio Garmendia, quien combatió al frente del Primer Batallón de la División Buenos Aires de la Guardia Nacional, escribió que “un último ejército de inválidos, viejos y niños de diez a quince años, combatiendo bizarramente contra fuerzas superiores y muriendo como si fueran soldados en los campos de batalla, que no concluían sino para volver a dar comienzo, entre la agonía de los moribundos y el horror del degüello sin piedad”.
Acosta Ñú fue una masacre. Fue un combate por demás desigual entre 20 mil soldados aliados, bien armados contra tres mil, quizás un poco más. Los únicos soldados veteranos conformaban un batallón y el resto ancianos y niños, con anticuados fusiles y cañones de corto alcance. Muchos de ellos combatieron enfermos.
Los mismos brasileños confesaron que había sido un baño de sangre, y culparon al mariscal López, que mandaba a su gente a pelear a pesar de que sabían que iban a una muerte segura.
Testimonios recogidos por historiadores señalan que hubo niños que, llorando, se aferraban a las piernas del enemigo, suplicando piedad, y eran degollados ahí mismo.
El resultado fue de dos mil paraguayos muertos y 1.200 prisioneros. Los aliados no tuvieron más de treinta muertos y 250 heridos.
Cuando todo había terminado, muchas madres aparecieron del monte, donde habían permanecido ocultas. Intentaron apagar el fuego de los pastizales -que los brasileños habían mandado a quemar- para que los cuerpos de sus hijos no terminasen carbonizados.
El mariscal López sería ultimado el 1 de marzo de 1870 en Cerro Corá junto a su hijo Panchito, de tan solo 14 años. Con su muerte terminó la resistencia y Paraguay, devastado, debió rendirse. A instancias del historiador Andrés Aguirre, quien escribió una completa descripción del drama de Acosta Ñú, los 16 de agosto en Paraguay es el día del Niño. No para festejarlo, sino para conmemorar la memoria de esas inocentes criaturas a la que la guerra les había mostrado su peor cara.
Fuentes: Andrés Aguirre – Acosta Ñú, epopeya de los siglos, Paraguay, 1979; MRTIN Mac Mahon – La Guerra del Paraguay -Harpers Review Monthly Magazine N° CCXXXIX Abril 1870; José I. Garmendia – Recuerdos de la Guerra del Paraguay.