La matanza ocurrida recientemente en un conjunto de favelas en Río de Janeiro, Brasil, que dejó entre 121 y 132 supuestos criminales muertos según distintas fuentes, ha expuesto el vasto poder de estas organizaciones y la dificultad del Estado para erradicarlas por completo.
A continuación, presentamos las características esenciales de los dos grupos delictivos más influyentes en Brasil:
De acuerdo con un reporte del Ministerio de Justicia, en Brasil se han identificado 88 bandas criminales activas.
“El crimen organizado ha experimentado un gran expansión y representa el mayor reto para la seguridad en Brasil. Tanto el PCC como el CV tienen presencia en casi todo el territorio nacional”, explica a EFE David Marques, coordinador de proyectos en el Fórum Brasileño de Seguridad Pública.
Primer Comando da Capital (PCC)
El PCC surgió en 1993 dentro de una prisión en São Paulo. Inicialmente, se formó como una especie de gremio para defender a sus integrantes del overcrowded y deteriorado sistema carcelario brasileño. Inclusive, redactaron un estatuto con reglas internas y una estructura jerárquica estricta.
En la actualidad, se posiciona como una de las organizaciones criminales más potentes de América del Sur, con extensiones en gran parte de la región, particularmente en Bolivia y Paraguay.
Las indagaciones de la Fiscalía revelan que su órgano supremo de decisiones se denomina Sintonía Final, similar a un consejo de ancianos.
Su principal cabecilla es Marcos Willians Herbas Camacho, alias Marcola, quien cumple condena en una prisión de máxima seguridad.
Se calcula que cuenta con entre 30.000 y 40.000 afiliados únicamente en Brasil.
Comando Vermelho (CV)
El Comando Vermelho se originó en las cárceles de Río de Janeiro, siendo más antiguo y menos estructurado que el PCC, tal como indica un estudio del Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea).
Sus raíces datan de los años 70, durante la dictadura militar (1964-1985), derivado de una antigua agrupación llamada ‘Falange Vermelha’, que en ese entonces combatía las torturas y abusos en los penales.
Con el tiempo, se transformó en una red delictiva que domina barrios completos en Río y se extiende por gran parte del país.
Según Marques, el CV ha experimentado un notable crecimiento desde 2017 en la Amazonía y el noreste, las áreas más empobrecidas de Brasil.
A diferencia del PCC, el CV opera con autonomía en cada zona, actuando como una “franquicia” descentralizada, con líderes regionales y alianzas con bandas locales.
Cada enclave tiene su propio jefe y códigos. Por instancia, en Belém —donde la próxima semana se llevará a cabo la cumbre climática de la ONU (COP30) en plena Amazonía—, hay sectores señalizados con las iniciales CV en rojo en los postes eléctricos y grafitis que imponen normas a los residentes, como “Prohibido robar en la comunidad”, tal como verificó EFE.
Las prisiones como semillero de las mafias
Gran parte de los reclutas para estas dos facciones provienen de las cárceles y de los sectores más marginados de la sociedad. Brasil alberga a 705.872 reclusos, según datos gubernamentales de este viernes, aunque solo dispone de capacidad para cerca de medio millón.
En entornos tan inhóspitos, los nuevos internos se afilian a estas bandas en busca de resguardo dentro de las prisiones. Por ello, es habitual que las cárceles brasileñas cuenten con pabellones exclusivos para los miembros de cada grupo.
Además, numerosos líderes del PCC y CV ya están encarcelados, pero siguen impartiendo instrucciones desde el interior mediante abogados, parientes u otros canales.
Para el sociólogo Ignacio Cano, de la Universidad Estadual de Río de Janeiro, el crimen organizado brasileño no busca conquistar el poder ni tiene ambiciones políticas; “su objetivo es el lucro, y lo logran corrompiendo al Estado”.
Expansión de sus actividades ilícitas
Para maximizar ganancias, han ampliado sus operaciones de manera sorprendente. El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, las ha calificado como “multinacionales” del crimen.
Las recientes intervenciones policiales han descubierto que el PCC ha penetrado en compañías de transporte público, moteles, estaciones de servicio, el sector inmobiliario e incluso firmas de tecnología financiera.
Hace apenas diez días, se desmanteló una operación de lavado de dinero del PCC a través de comercios de peluches.
Por su parte, el CV adopta una táctica distinta, enfocada en el control territorial para explotarlo vía extorsiones a comerciantes o el monopolio de servicios esenciales, como suministro de gas, internet, transporte o televisión por cable.

Fuente: ABC














